Margarita no supo que aquello era tema
serio hasta que su hermano, el de verdad, la saco a toda prisa por la puerta de
aquel restaurante de comida rápida y la llevaba a un mejor lugar. Lloraba
desesperada, pensando que alguien la había secuestrado y le haría lo más que
deseaba; daño. Llevaba poco tiempo con Papá Clemente y Mamá Claudia, como le
dijo la Trabajadora Social que se llamaban y que así querían ser llamados.
—Ellos son Papá Clemente y Mamá Claudia. —
Le dijo aquella profesional que cargaba con una verruga cerca del labio.
—¿Y Mami Fabiola? — Preguntó Margarita.
—Ella ya no es tu Mamá. — Le interrumpió
Mamá Claudia. — Ahora vendrás con nosotros. Se viró y le preguntó a la Social.
—¿Cuánto vale?
—Son setecientos quincenales, con gastos
médicos incluidos. — Verificó en sus papeles.
Claudia miró a Clemente y este acertó con
su cabeza.
—Por aquí— Expresó la Social y
dirigiéndose a la cuidadora de Margarita le dijo. —Prepárala—
La cuidadora levantó a Margarita y se la
llevó a su cubículo, para que la limpiaran, le colocaran el vestido blanco con
las siglas de BF (Banco Familiar) y la llevaran al centro de recogido. Allí la
niña reconoció a Hugo su compañero de clases. Eran de la misma edad y por así
decirlo cada uno era su primer amor. De ese del cual ella se acordaría siendo
adulta y se preguntaría «¿Qué habrá sido de la vida de Hugo?» Mientras que Hugo
se preguntaría por la vida de Margarita.
—¿Jugamos? — Preguntó Hugo.
—¡Vamos! — Y los dos niños se pusieron a
jugar obviando que estaban a punto de separarse y que nunca se volverían a ver.
Después de unos minutos de correr por la habitación llena de juegos y las
paredes pintadas de azul con nubes incrustadas, se acostaron en la alfombra
verde y Margarita interrumpió el silencio. —¿Cómo serán los nuevos padres? —
—Quiero que sean buenos, que me dejen
comer mantecado en mi cama. —Expresó Hugo.
—Yo solo quiero que me quieran. — Confesó
la niña. — No quiero volver aquí. Ya es...— Alzo su manita y contó sus cuatro
dedos. Diciéndole con esto las veces que había sido alquilada a una familia. —
que me voy de aquí y siempre vuelvo. No quiero venir más acá. —
—Te voy a extrañar. — Le dijo Hugo
mientras sus manos se tocaban sobre la alfombra que semejaba un césped.
—Yo también lo haré mucho. Quizás pueda
decirle a Mamá Claudia que me lleve a verte o que pueda escribirte. —
—¿Lo harías? — Los ojos azules del niño se
iluminaron.
—¡Si! Lo prometo. — Le respondieron los
ojos verdes de la niña.
Pero aquella promesa no fue cumplida. Llegó
la Social con Mamá Claudia y Papá Clemente y la arrebataron de la sala de
espera, sin poder tocar a Hugo. Sólo de aquello, Margarita recordaría la fría
mano de su madre a quien siempre dio por muerta y por el otro lado la mano
callosa que la acariciaba por las noches. Le colocaron un collar con una
insignia en la cual se leía M379 que
era la clasificación y que fue la razón principal de su rescate. Su hermano
jamás olvidaría aquella inscripción y recorrió todas las calles, los parques y
escuelas para ver si encontraba a Margarita. La niña miró al chico que se
acercaba, le sonrió y de pronto se vio arrancada de la pesadilla que era Papá
Clemente y Mamá Claudia, pero pensando que lo mejor que le tocaría era ser
secuestrada y nunca devuelta.
Su hermano la llevó a toda velocidad a un
auto y así la colocó en el asiento delantero y se fue a toda velocidad, antes
que todos pudieran reaccionar. Lo primero que le mostró a su hermana fue la
insignia L379 que llevaba tatuada en
su brazo. Le mencionó que era su hermano y Margarita confió. Al estar retirados
del lugar y de no saberse perseguidos por policías, Luis le informó que se
quitará el collar y lo lanzará por la ventanilla, así lo hizo Margarita y la
cadena callo por el sistema sanitario mientras sonaba “There Will Be Time” en
la radio y ellos se marchaban a la costa para que los sueños de Margarita
fueran cumplidos.