martes, 21 de julio de 2015

Diario de un chico escrito por un desconocido; Pueblo Ajeno. Día 1

     Tuve una cena con Amalia. Fuimos a comer a una pequeña cafetería; nada formal. Conversamos y nos íbamos conociendo poco a poco. En la mesa donde nos encontrábamos surgió un tema común; nuestros orígenes. Ella me explico que no era de la ciudad, había nacido en una región un poco lejana a la cual se tardaba en llegar dos días, era un pueblo muy bonito según me iba contando. La curiosidad se apoderaba de mí y cada vez me hacía ilusionarme con aquellas pequeñas casas de dos plantas, con un extenso patio, una cerca en piedra y las personas felices andando por las calles en adoquines y caminos de tierra. Fue tanta la curiosidad que le pregunte.

-Y ¿Cuándo iras otra vez?

-No voy hace tres años y quiero ir en estas vacaciones, pero no tengo dinero para el pasaje y mis vacaciones son en dos días.

     Tres días, luego de la cena, me encontraba en aquella extensión de terreno fértil y caluroso. Cuando no hubo espíritu alguno que nos recibiera en la parada del bus; la plaza del pueblo. Amalia había olvidado por completo que para esas fechas se celebraba, en el pueblo, uno de los festivales más pintorescos y visitado por todos en la región. Cruzamos la plaza y llegamos hasta un establecimiento, el único abierto, allí nos atendió una señora muy bajita con una pañoleta en la cabeza y muchas arrugas. Amalia se presentó y la dama se alegró de verla. Desde el teléfono de la tienda se comunicó con su madre y al poco tiempo llego un carro compacto color amarillo, se bajaron tres personas, dos hombres y una mujer; su padre, hermano y su madre. Salieron disparados y la abarrotaron de besos y abrazos.

-Cuanto tiempo mi pequeña- Le dijo el señor de rizos canoso, con abundante barba y una estatura considerable. Llevaba una camisa de mangas corta con un estampado de anclas y unos pantalones caquis.

-Mi pequeña rizos.- Le informo la señora que llevaba un traje a las rodillas, de  manguillos color 
violeta con un estampado de puntos blancos. Llevaba el pelo corto y era negro, nada parecido al de su hija. En cambio los ojos eran del mismo color aceituna que los de su niña.

-Hola pioja, te extrañe estos tres años.- Le comento el hombre más joven, aquel que aparentaba con su barba escaramuzada algunos tres años mayor que la “pioja.” Llevaba aquel pelo lacio y castaño atado en una cola de caballo. Estaba vestido casi igual que el caballero, lo único que su camisa tenía un estampado de autos.

Cuando todos terminaron de saludarse, Amalia me presento.

-Mami, Papi, Miguel. Él es Gael, un amigo de la ciudad y quien me ayudo a venir.

-Gael- dirigiéndose hacia mi.- él es Miguel; mi hermano. Radames; mi padre y Mariel; mi madre.

-Mucho gusto hijo.- El padre me saludo.

-El placer es mío señor.- respondiéndole el saludo.

Miguel tendió su mano y cuando la tome, me acerco hasta él y me dio tres palmadas en el hombro. –Gracias por traerla. Ya la extrañaba.

Por su parte Mariel me dijo.-Ven acá muchacho, dame un abrazo.- y así hice. Al parecer les agrade de primera instancia.

     Luego de la presentación, nos montamos en el auto y partimos por aquellas calles de adoquines grises que Amalia me había detallado. Mientras la familia se actualizaba yo vagaba mi mirada por aquellos prados de un verde muy alegre y con casas de dos plantas de colores, la mayoría tenían cercas en madera. En algunas casas pastaban vacas y en otras ovejas, era un paisaje muy bonito para apreciar y plasmar en fotos o pinturas.

    Al cabo de media hora en aquella vía, nos desviamos en una bifurcación y tomamos un camino que cruzaba un bosque lleno de vida y sonidos. Anduvimos aproximadamente diez minutos y al cerrarse el camino, me topé con la casa más hermosa que jamás haya imaginado. Era una estructura de dos plantas, la parte inferior era en concreto y la superior en madera tratada. Tenía una terraza en el costado derecho, la misma tenía una vista a una piscina, natural, que se alimentaba de un riachuelo que surcaba el bosque. El otro costado tenía un balcón y daba a un extenso prado. Tras la casa a unos setenta pies había  una cima y en la misma un árbol solitario muy frondoso. El auto aún no se detenía, cuando 6 perros salieron corriendo del bosque. Yo aún estaba estupefacto por tanta belleza. Amalia se bajó e instantáneamente los cachorros le saltaron y mancharon su ropa. Ella como si nada hubiera pasado se tiró al suelo a sobar la pansa del que parecía ser el más viejo de la camada. Un perro peludo y gris. Yo aún no me bajaba cuando un cachorro pequeño salto al auto a buscar juego. Aquello parecía la escena de una película que en mi niñez había visto, en la cual una pareja rescataba muchos dálmatas. Tome al animal en mis brazos y salí del auto.
  
  El interior de la casa era igual de esplendido que el exterior. Al entrar te topabas con un gran salón extenso. Una mesa en la esquina recibía la correspondencia y las llaves, en el centro del salón un piano en caoba decoraba el espacio y bajo el mismo una alfombra. En la esquina posterior había un juego de sillas y en el centro una mesa para tomar el té y en la otra esquina algunas piezas extrañas, en el centro y sobre el piano había una bonita lámpara llena de cristales. En las paredes se veían algunas fotos y pinturas. A mano derecha había un pasillo pequeño, ahí estaban las escaleras para llegar al piso superior, al final había una sala con bonitos asientos y cortinas de tonalidades pasteles. La sala de estar tenía una puerta en cristal que daba a la terraza. Luego de la sala venia otro pasillo con tres puertas. La primera daba a un cuarto de limpieza, la segunda daba a la biblioteca de la casa, un espacio amplio lleno de estanterías con libros y objetos extraños, Radames coleccionista de objetos extraños y trabajaba para el instituto de arte. La tercera puerta era blanca y daba a la lavandería, justamente frente a la puerta de la lavandería se encontraba la cocina y seguido estaba el comedor. El salón comedor era amplio, con una extensa mesa y una vista a la parte posterior de la casa. El baño estaba justamente al lado del comedor. Luego le seguía la sala familiar, con el televisor unos muebles y otros objetos. Al salir del cuarto familiar te encontrabas en el salón del piano. Al subir las escaleras te encontrarías con cinco cuartos y dos baños.


    La hora de la comida llegó y con ella los abuelos de Amalia. Ya me iba familiarizando con ellos, al día siguiente iríamos al festival y a conocer al pueblo. Les conté de donde provenía y quedaron encantados. Ahora tengo que despedirme ya mañana me toca conocer más del pueblo…

miércoles, 15 de julio de 2015

Diario de un chico escrito por un desconocido; Mónica

     Hoy desperté con muchos sentimientos en mi interior, no tenía razón por la cual estarlo así que lo asocie a un sueño que no recordaba y continúe con mi día. Me topé con Madamme Gurty en la acera y le comente lo de las flores. Seguí mi paso y llegue al metro, lo tome y los audífonos me acompañaron, escuche canciones que me hicieron recordar a alguien y esta vez no retuve a esa persona, sino que la deje fluir como el humo del cigarrillo que fumaría al salir de la estación. Un frio mortal arropaba el campus y con cuchillo en mano te perseguía por los pasillos. Pobre chica la que posaría desnuda para la clase de exteriores. Cruce el campus para ir a un café que hacia esquina en la avenida Boul y que su ventanal daba a un parque con un nombre de algún prócer menor. Ordene al que sería el detective que esclarecería el caso del frío; un chocolate caliente. Me senté en una mesa con vista al parque. Los árboles, secos, no daban sombra a amantes felices, no se veía vendedores ambulantes y tampoco niños jugando en pantalones cortos. Allí estaba yo, dentro del café escuchando una música de fondo que provenía de un radio, una canción algo calurosa que te transportaba al verano. Una guitarra a un ritmo muy movido y una voz que te arropaba y te calentaba. Eso escuchaba y ambientaba la atmósfera del lugar. Un árbol llamo mi atención y todo el paisaje, de un momento a otro, cambio. Creció la grama verde inexistente, el cielo se despejo de nubes existentes, al árbol le nacieron hojas de primavera y bajo el mismo, surgidos de la tierra, afloraron una manta, flores y dos amantes pasajeros que felizmente se sonreían. Bajo aquel árbol estábamos Mónica y Yo, era su cumpleaños; medio año atrás. La veía sonreír como siempre. Al parecer, a ella, siempre la primavera arropaba su corazón y nunca la podía ver triste, pero me equivocaba perfectamente.
     Un par de meses atrás había despertado con una nota en el lado de la almohada, donde ella acostumbraba dormir con su pelo revuelto. En la nota se leía “Me aburrí, lo siento mucho nunca fue mi intención.” No lo podía creer, marque a su móvil y no contestaba, le escribí por texto y nunca lo contesto. Me levante con una rabia inmensa, destroce la cama, le di puños a las almohadas mientras gritaba y me decía que era un estúpido que jamás debí confiar. Tire al suelo las fotos que estaban en mi mesa de noche, volví a la cama y le di más puños, fui al comedor tratando de descargar la rabia que sentía y encontré un florero que no me gustaba mucho y fue a parar contra la pared de la sala. Me tire al sofá y volví a leer la notita de Mónica “Me Aburrí…” ¿A caso para ella fui un objeto? Un objeto de los cuales uno por usar tanto se aburre. Uno se aburre de la casa, uno se aburre de una canción, uno se aburre de unos zapatos y quizás hasta de una comida ¿Pero de una persona? Es tal la ignorancia cargada por una persona que puede aburrirse de la gente. ¿Dónde queda la comunicación? Y nosotros la teníamos. Lloré toda la mañana en el sofá, visité la ducha para llorar; otra vez. Me tire en la cama, aun desvestida, desnudo y agarre la almohada de Mónica queriendo tenerla allí para mí, queriéndola desnuda gimiendo sobre mí, queriéndola dormida con sus mechones sobre la frente obstruyendo nuestro contacto visual, queriéndola enojada por las cosquillas que le hacía, queriéndola para mí, queriéndola ver en mí camisón azul con su taza de café, color azul(le gustaba mucho el azul) queriéndola ver con sus manías de no besarme hasta después de cepillarse los dientes, queriéndola ver espantada por los temblores de tierra, queriendo ver el tatuaje de su espalda el cual besaba apasionadamente mientras ella dormía y se le erizaba la piel. Queriéndola, deseándola y añorándola. Me tire en la cama y no quedo más que oler su almohada y sentirla conmigo mientras me recriminaba que había hecho mal, porque se había alejado de mí. Nunca pensé que mi interior podía guardar tanto sentimiento de tristeza y que albergaba tanta agua. Sin sospecharlo me quede dormido y me desperté escuchando el móvil. Conteste sin ver quien llamaba. Para mi sorpresa era Mónica preguntando como me encontraba. Su voz estaba cargada de tristeza y yo no encontraba palabras.
-Lo siento, no fue mi intención. Espero algún día me perdones. No quiero alejarte de mi vida Gael.
No tenía palabras para reprocharle y menos para odiarle. -¿Por qué, por qué? Solo me pregunto eso.
-No hiciste nada malo.- me dijo- Solo es que necesito tiempo para encontrarme.
Saque fuerzas de mi interior y haciéndome el fuerte le dije -Entiendo. Pues espero que te encuentres y que sepas que mi apoyo lo tienes. Hasta luego- y corte la comunicación. Para que no escuchara como me derrumbaba en llantos.
     Pase algunas semanas tristes y donde todo me acordaba a ella. Aquel día tan pronto le colgué, la elimine de cualquier red social que la tuviera e inclusive bloquee sus llamadas, aunque me doliera mucho, mi orgullo valía mil veces lo que vale una persona. Llevo tiempo recordándola y a veces me pregunto cómo estará si aquellos bajones emocionales le dan aun y lo que más curiosidad me da es saber si tiene a alguien que los soporte como lo hacía yo. Si tiene a alguien que la apoye en su carrera como yo, si alguien valora sus pinturas como solía hacerlo yo. Si alguien es capaz de admirarla, de besarla, de molestarla como solo yo podía hacerlo. Arriesgue mucho por ella y no digo que ella también lo hiciera. Yo sé que valoro lo que ella hizo por mí. No sé si en estos momentos me lea, pero si lo haces. MUCHAS GRACIAS POR APOYARME.SABES QUE YO TAMBIÉN TE APOYO.
    Mis recuerdos se vieron empañados por una muchacha que me vio llorando y pregunto si estaba bien. Sinceramente no sé cuánto llevaba llorando. Me enjugue las lágrimas y le dije que estaba bien, que solo eran recuerdos del pasado.
-Si deseas puedes compartirlos. No hay nada mejor que compartir tus tristezas con un desconocido. No puede juzgarte y puedes manipular la historia como quieras.
-Tienes razón. Te contaré si tú también me cuentas. Porque te he visto par de veces en la universidad muy cabizbaja. – cierto era, la había visto muy triste en la universidad,
-Trato hecho.
    Me contó su historia, se llamaba Elena y estudiaba Arquitectura, había perdido a su madre hacían par de meses por culpa de una bacteria extraña y por eso la podía ver así. Lo más que le frustraba era saber que su madre se fue sin saber que a su hija le atraían las mujeres. El sueño de su madre siempre fue verla casada con un hombre. Ahora Elena se veía en la lucha de ser quien ella en realidad era. Yo por mi parte le conté de Mónica y porque me encontraba así. Señale el árbol que me había hecho recordar y ella acento con la cabeza, luego la vi algo pensativa y espontáneamente me dijo.
-Sígueme.
Me quede extraño, pero aun así cogí mi chaqueta y fui a enfrentar al asesino. Llegamos al árbol y allí me miró fijamente y me dijo.
-Piensa que el árbol es ella y desde hoy la dejaras aquí para que sea feliz donde corresponde. Trátala como el objeto que pensó que eras.
-Pero ¿porque?
-Esto me ayuda mucho cuando tengo problemas. Pienso que los objetos son feliz donde están y en especial las plantas. Así que lo asemejo con la persona que quiero, si ella es feliz yo lo soy. Solo es un consejo.
-Te extraño y eres lo mejor que me ha pasado. Quiero que seas feliz.- Le dije con un poco de esfuerzos al árbol.
Elena me miro y me dijo –Que tonto te vez haciendo eso.- Luego rió a carcajadas.
Aproveche que estaba envuelta riéndose e hice una bola de nieve que fue a parar a su pecho.

    Esa noche terminamos en el apartamento de Nicol, que me había invitado a una pequeña reunión. Le pregunte si podía llevar a una amiga y me dijo que sí. De camino a la actividad le explique más o menos como eran mis amigos y al llegar todos la recibieron con afecto. Luego les contaré un poco más sobre las reuniones que hacemos, pero ahora; acostado en mi cama, solo pienso en los rizos de Amalia.


martes, 7 de julio de 2015

Diario de un chico escrito por un desconocido; Flores.

    Y allí estaba yo, sumergido hasta el cuello con las burbujas rebosando sobre las esquinas de la bañera, mis vellos cuando se humedecían tomaban un color más oscuro y eran las esponjas que absorbían los aceites que usaba. Llevaba rato en la ducha; un poco más de lo acostumbrado. Siempre me quedaba largo rato en la ducha, era el momento de estar a solas y filosofar. A veces acostumbraba fumar, tomar cervezas e inclusive vino. La ducha tenía una ventana y la circulación del aire hacia que todos los olores internos se entremezclaran con los externos. Ya sabía que una de mis vecinas me espiaba de vez en cuando. Yo caminaba desnudo por mi piso, al fin y al cabo era mi espacio, y en él podía hacer lo que yo quisiera. Ella solía verme desde la ventana de su balcón. Desde allí podía ver que miraba mis nalgas redondas y algo velludas, cuando salían de la bañera o cuando me paseaba por él piso. Ella no era como Mercedes. Mercedes sabia como seducirme, lo que si sabía hacer mi vecina era hacerme exponer mi lado exhibicionista y creerme el “vecino sexy”. Ese día por ser muy temprano, las persianas de su balcón aún se hallaban cerradas. Me lleve el café a la ducha y allí meditaba acerca de lo que quería ver en mi vida. Y así estaría largo rato más, sin pensar que ese miércoles encontraría a alguien que me hiciera sentir…
     Cámara en mano decidí irme a explorar la ciudad que me hacía cada vez de ella y sin compasión. Me cogía como fiera salvaje y devoraba cada recoveco de mi ser.  Madame Gurty salía de su piso a recoger el periódico frente a su puerta.  No tenía clientela, pero aun así llevaba una pañoleta violeta y blanca, un camisón violeta con muchos bordados, pantalones blancos y sandalias a juego con él camisón. Un mechón rojo advertía que esta semana llevaría el pelo de ese color, la anterior había sido verde.
-Buenos días Gur.- le salude como de costumbre.
-¿A dónde vas hoy? ¿Estudias?- recobrando su postra con diario en mano.
-No, hoy iré a descubrir la ciudad. Ya sabes a ver que me ofrece hoy.
-¿Qué? ¿En serio? ¿Estás segura?- Mirando hacia el interior de su piso. Ya sabía que no se dirigía a mí, se dirigía a Andrea. Ella solo miro fijamente a donde me encontraba y esbozando una sonrisa satisfactoria menciono siete palabras.- El día está bonito para comprar flores.- y luego sin dejarme terminar, cerró la puerta de una.
     Yo me quede estupefacto mientras analizaba lo q me decía. Era sencillo, comprar flores. Pero ¿Dónde? ¿Cómo? ¿Para qué o para quién? ¿Qué tipo de flores? Era cierto que yo acostumbraba tener flores en mi piso y que tenía que comprar. Estuve dándole casco a la epifanía de Gur. Y par de minutos luego ya estaba recuperado con cámara en mano y saliendo de mi edificio, listo para la aventura. Llevaba mahonés cortos, zapatillas deportivas, una camisa de futbol, la gorra favorita de papá y mi acostumbrada mochila llena de utensilios. La mochila albergaba en su interior: cargador de pilas, memorias externas extras, mapa, cargador de celular, el estuche de mis lentes y el estuche de las gafas de sol, botella de agua, dinero extra para ocasiones de emergencia, algunos lentes de camara, mi portátil y otros utensilios para la cámara.
     Mi aventura comenzaría en el metro, donde me topé con un grupo de jóvenes actores que hacían un pequeño drama para recaudar fondos. Tome varias fotos y aporte a la causa que según leí en el cartel, el dinero sería invertido para ir a un festival de teatro. En el tren encontré una amiga que de la universidad y que habíamos salido algunas veces. Ella me mostro su aro de compromiso y me dijo que esperará la invitación a la boda. Llegue a mi destino. Un lado de la ciudad muy tranquilo. Yo tengo la acostumbre de asentarme en las plazas públicas, allí donde las personas se abarrotan para hacer actividades al aire libre. Un señor de algunos 50 años cargaba con un aparato muy curioso y algo parecido a lo que se usa para hacer burbujas. Lo espié mientras cruzaba la plaza a zancadas, se posó en un lado cerca de unas mesas y luego de un rato aparecieron burbujas enormes, casi del tamaño de una persona, por todo el lugar. Me preocupe por los niños, no fuera ser que una burbuja de esas se tragara a uno de ellos y los llevara volando hasta la estratosfera. Pase mi tarde entre fotos. Al llegar a casa sacaría las mejores de ellas. Algunas llamarón mi atención. Una de ellas fue la de dos jóvenes tirados en la grama viendo el cielo, otra de un niño de rizos claros llorando de la risa, una en la que un anciano hacia acto de su caballerosidad y en otra una joven madre espiaba a su niño mientras éste tiernamente sujetaba la mano de su hermanita que comenzaba a caminar. Ya eran las cuatro de la tarde y decidí que era hora de regresar. Pase por un jardín y pensé en las palabras de Gur << El día está bonito para comprar flores. >> Y así fue.
     Amalia se alegró al verme entrar y no fue la única, yo también me alegraba muchísimo. Rodeada de flores era una especie de ninfa que me inspiraba a fotografiar. Su compañía era grata, su sonrisa era hermosa y sus ojos muy comunes al igual que expresivos, tenía algunas pecas que bañaban sus pómulos y no sabía si otras partes de su cuerpo. Conversamos como de costumbre, pero esta vez me atreví a preguntarle algo que jamás me atrevía preguntarle.

Esa tarde salí con unos tulipanes y mi primera cita con Amalia