sábado, 1 de agosto de 2015

Diario de un chico escrito por un desconocido; Festival. Día 2

    Desperté y el cuarto se alumbraba asquerosamente con la bella luz del sol matinal. Allí, frente a mi cama, se encontraba la chimenea, que aún luchaba por arder. Las cortinas habían sido despejadas y unas  partículas diminutas realizaban una coreografía. Eran las mismas finas partículas que cuando niño intentaba alcanzar todos los sábados al amanecer y siempre las imaginaba como danzantes místicos que solo yo podía verlos (Cuando la realidad es que solo son pequeños fragmentos de polvo). Siempre eran los sábados, aquellos días en los cuales me despertaba temprano y los amaneceres se me hacían, aunque aún se me hacen, muy típicos. Igual que los atardeceres de los domingos. Me despoje de las sabanas color cobre y fui al baño a desperezarme. Me acerque al espejo y vi que mi reflejo se veía algo más tranquilo que otras veces, volví al cuarto y  me acerque a la mesa donde estaba la portátil y mis lentes, justo al lado de mi cámara. La habitación tenía un balcón con vista a la parte trasera de la casa, así pude ver el árbol y en la falda de la colina se encontraba Amalia junto a su hermano y los seis cachorros. Aquella escena fue propicia para fotografiarla y así lo hice. Amalia, con su pijama, rodaba por aquel prado y su hermano la seguía. Ella me vio y al instante adquirió una apariencia más seria. Se despojó de la suciedad con un rápido movimiento y  me grito, desde abajo, que bajará a desayunar.
     En el centro de la mesa me esperaban algunas frutas y Mariel se paseaba con una bata por la casa. Venia de la sala, donde se encontraba Radames leyendo el periódico, con la cafetera en  la mano. Mariel me observó y rápido me abrazo.
-Aquí se creen que estudie para ser mesera, pero olvídalo. Dime  ¿Qué tal pasaste la noche? ¿Qué quieres desayunar?- poniendo a hacer más café en la estufa y secándose las manos en la bata.
-Ehh, no sé. Lo que haya, me conformo con café y frutas.- Tomé asiento mientras Amalia entraba con su hermano. Me saludaron y se sentaron en la mesa junto a mí.
-Ok. Qué tal si te preparo un revoltillo, tomas café y también puedo hacerte jugo de lo que desees, y de postre te preparo una ensalada de frutas. ¿Te apetece?
- Suena exquisito.
Por su parte Amalia y Miguel dijeron al unísono. -¿Por qué nunca nos preguntas que queremos de comer?
Mariel les replico que no eran visita. Por su parte Amalia me puso al tanto de lo que haríamos durante el día.
     Luego del desayuno, todos partimos a cambiarnos de ropa. Yo opte por unos pantalones cortos color caqui en conjunto con una camisa roja y unos mocasines de un tono semejante al pantalón, me equipe con mi cámara y salí al ataque. Amalia por su parte quiso llevar un traje corto de color violeta y su cabello lo llevaba amarrado. Mariel se vistió con un traje de estampados de hojas y llevaba un sombrero. Me percate que Radames y Miguel casi siempre se vestían semejantes. Los dos llevaban un pantalón corto color negro, una camisa manga corta color blanco y unos zapatos del mismo color que su pantalón.
    Un verde refrescante se extendía por aquella pradera inmensa y se mezclaba con los carros, personas y una que otra carpa. Una brisa primaveral azotaba mi rostro y revolcaba el pelo. En medio del prado un inmenso árbol acaparaba la atención y gritaba para que lo vieras << Mira lo hermoso, grande y fuerte que soy. >> Aquel monstruo fácilmente podía medir seis jirafas de alto, una encima de la otra; con su cuello extendido. Y de ancho algunos cuatro elefantes pegados. Era aparatoso y fuera de lugar. Muchas rocas salían expulsadas del suelo y algunas tenían musgos encima de ellas, otras se veían impecables. En aquel lugar, según Mariel, se encontraba el yacimiento de los primeros habitantes de la región. Aquellos habían sembrado el árbol y lo habían bautizado como Caroch que para ellos era “él que lo ve y siente todo.” Para muchas tribus antiguas los árboles eran sinónimo de sabiduría y en la del pueblo de Mónica no podía faltar.
     Bajo el árbol habían colocado una tarima donde se presentaban los espectáculos artísticos. En ese momento, sobre la tarima, se encontraban tres jóvenes; dos chicos y una chica. El pianista con algunos 20 años y una espesa barba roja con una voz muy agradable, el guitarrista de algunos 25 años no llevaba barba, solo unos espejuelos con un marco negro y tocaba los acordes perfectamente. La chica parecía sacada de un lugar mítico, tenía el pelo corto, una piel delicada y tocaba el violín tan sutilmente que te hechizaba con su sonido. Todos eran buenos músicos y sus voces los complementaban. Las personas se sentaban en el piso y nosotros, Amalia su familia y yo, no fuimos la excepción. Allí en el suelo, bajo la sombra del árbol, la brisa fresca que se colaba, el público a nuestro alrededor, las bebidas y el espectáculo que se suscitaba, todo era mágico y transpiraba una tranquilidad sinigual.

    Paseamos por las áreas de juegos y allí, en un simulador del viejo Oeste, gane una Amatista y me disponía a ganar otra vez para obsequiarle mi premio a Amalia. Pero antes de ganar esta lo hizo y se ganó un cuarzo rosado. La feria primaveral resaltaba el lado espiritual del pueblo, era una región muy conservadora y comprometida con el ambiente. Donde quiera que observaras todo te transmitía alegría. Le pregunte a Amalia como había sido capaz de dejar un lugar tan perfecto como aquel. Ella me contesto que todo lo hacía por su bien, quería superarse como persona y que lo más probable era que volvería cuando culminara los estudios. En otras áreas vimos bonsáis extraños y plantas exóticas. Una especie de telaraña llamo mi atención, era en forma de pentágono y tenía una amplia gama de colores. La curiosidad me invadió y le pregunte al vendedor, que gentilmente me explico que aquella telaraña era natural, era tejida por la misma araña y los colores que se veían era solo un efecto de la luz solar. Muchas personas contaban que el color que más influenciaba en la telaraña reflejaba el animo, otra función del artefacto era atrapar las malas vibras y hacerlas presa de la araña. Otro objeto fue un lente que captaba el Aura de las personas que luego de debatir en mi interior, termine comprándolo. La feria estaba llena de objetos excéntricos y muy curiosos. Acabado el espectáculo musical, nos trasladamos a un área en arena y donde se encontraba una enorme fogata. Tomamos asiento y como a eso de las 9:30 de la noche comenzó el espectáculo. Tres muchachos sacaron tambores, algunos sacaron guitarras y los demás los acompañábamos cantando. NO deje pasar la oportunidad de captar aquella actividad y saque mi cámara. De lo que saliera de esa noche enviaria algunas a una galería y otras las enviaría a revistas reconocidas. La noche siguió alegre hasta aproximadamente las 2:00 de la mañana, cuando la fogata se extinguió y el festival se daba por terminado.

    Son las 5:30 de la mañana y desde aquí, frente a la computadora, puedo apreciar como la colina del árbol se ilumina y me tienta a ir. Me prepararé una taza de café y así como estoy en pijama, camisilla y descalzo pretendo tumbarme bajo el árbol para ver el amanecer desde allí. No sin antes llevarme mi cámara fotográfica y despedirme de ustedes. Luego les contare que tal mi día. Hasta la próxima Amigos.

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